En nuestro artículo anterior, presentamos la importancia, diversidad y vulnerabilidad de los suelos. En esta ocasión, nos enfocamos en los microorganismos que constituyen el alma del suelo.
La comunidad de bacterias del suelo se denomina microbioma. Se trata de un ecosistema rico en especies y sumamente diverso, en el cual las bacterias interactúan constantemente entre sí, así como con los componentes orgánicos e inorgánicos presentes en el suelo y con otros seres vivos. Podemos afirmar con certeza que, sin un microbioma del suelo complejo y saludable, la vida en nuestro planeta no sería posible.

Si lo observamos desde la perspectiva de la agricultura, la presencia de bacterias en el suelo es uno de los requisitos fundamentales para que este sea apto para la vida vegetal. Existe una relación claramente demostrable entre la escasa vegetación en suelos pobres en microbiología y la exuberante vegetación en suelos con una microbiología rica. En este sentido, solo podemos esperar plantas cultivadas fuertes, bien desarrolladas y altamente productivas si el suelo contiene una abundante cantidad de bacterias beneficiosas.
Tipos de bacterias del suelo
Lamentablemente, la ecuación no es tan sencilla como asumir que un gran número de bacterias en el suelo equivale automáticamente a un suelo fértil y saludable. Desde el punto de vista agrícola, existen tanto bacterias beneficiosas como patógenas o parásitas. El éxito en el cultivo de plantas depende de la predominancia de aquellas bacterias que favorecen la absorción y fijación de nutrientes, así como de aquellas que ayudan a reducir la presencia de plagas en el suelo.

Bacterias beneficiosas
Bacterias descomponedoras: Estos organismos tienen la capacidad de descomponer la materia orgánica presente en el suelo, incluidos restos vegetales y animales. Como resultado de sus procesos metabólicos, los nutrientes, oligoelementos y minerales se vuelven disponibles en formas asimilables para las plantas.
Bacterias fijadoras: Las más conocidas y relevantes para la agricultura son las bacterias fijadoras de nitrógeno. Algunas especies son simbiontes, es decir, se establecen en las raíces de las plantas y viven en simbiosis con ellas. Otras especies viven libremente en el suelo, mientras que un tercer grupo, las bacterias fijadoras de nitrógeno endofíticas, habitan dentro de los tejidos de las plantas. Ejemplos de este tipo de bacterias incluyen los géneros Rhizobium y Azotobacter.

Bacterias parásitas y patógenas: Algunas especies de bacterias actúan como parásitos específicos de plagas agrícolas. El representante más conocido es Bacillus thuringiensis, presente en varios bioinsecticidas utilizados en la agricultura ecológica. Cuando su población es lo suficientemente elevada, impide la aparición y proliferación de plagas en los cultivos. Otro ejemplo prometedor es Bacillus subtilis, que según investigaciones ha demostrado ser eficaz en la lucha contra enfermedades como la esclerotinia y la fusariosis.

Bacterias de riesgo
Aproximadamente el 20% de las enfermedades de las plantas son causadas por bacterias. Todas las plantas ornamentales y de cultivo tienen patógenos bacterianos específicos. Por ello, es recomendable prepararse para la prevención y el control de enfermedades bacterianas tanto en cultivos comerciales como en plantas ornamentales. Las bacterias fitopatógenas, responsables de enfermedades en las plantas, suelen moverse activamente en el suelo y localizan a sus hospedadores a través de estímulos químicos. Además, pueden ingresar fácilmente a las plantas a través de herramientas de trabajo que no han sido desinfectadas adecuadamente.

El mantenimiento inadecuado de las plantas, las heridas expuestas, las mordeduras de insectos y los daños por granizo aumentan el riesgo de enfermedades bacterianas. Las heridas resultantes de estos daños actúan como puertas de entrada ideales para las bacterias patógenas en el interior de la planta. Algunas bacterias fitopatógenas de gran impacto incluyen Clavibacter michiganensis subsp. sepedonicus, que causa la marchitez en papa y tomate; Erwinia amylovora, responsable del fuego bacteriano; y Ralstonia solanacearum, que provoca la pudrición del tubérculo en la papa.
¡Ayudemos a las bacterias!
El objetivo de los agricultores es maximizar la presencia de bacterias beneficiosas y minimizar la de bacterias patógenas en sus cultivos. Uno de los mayores desafíos de nuestro tiempo es lograr una producción agrícola sostenible y libre de químicos, donde el equilibrio adecuado de bacterias en el suelo puede ser clave.
A largo plazo, la agricultura convencional ha reducido significativamente la cantidad de bacterias del suelo. La fertilización química, el uso de plaguicidas (especialmente aquellos a base de cobre) y la compactación del suelo afectan negativamente a la microbiota del suelo. Algunas investigaciones indican que, debido a las prácticas de cultivo intensivo, la población de bacterias en el suelo en muchas áreas se ha reducido hasta una milésima parte de su nivel óptimo.

Es importante saber que, debido al cultivo intensivo y al uso de fertilizantes químicos, desaparecen proporcionalmente muchas más bacterias beneficiosas que patógenas. En los suelos sometidos a un manejo intensivo, la reducción de las bacterias beneficiosas permite que las bacterias patógenas, mucho más resistentes, se propaguen con facilidad.
El aumento de la población de bacterias beneficiosas en el suelo puede fomentarse mediante diversas prácticas agrícolas. En primer lugar, es recomendable sustituir los fertilizantes químicos por abonos orgánicos y cultivos de cobertura (abonos verdes).

Esto proporciona nutrientes para las bacterias descomponedoras, que pueden transformar la materia orgánica en elementos nutritivos asimilables por las plantas. Otra estrategia efectiva es sembrar periódicamente cultivos leguminosos, como guisantes o frijoles. En las raíces de estas plantas se desarrollan en gran cantidad las bacterias fijadoras de nitrógeno mencionadas anteriormente. Después de la cosecha de los cultivos leguminosos, el suelo queda enriquecido con una población significativa de bacterias fijadoras de nitrógeno beneficiosas. También es importante saber que en suelos compactados y sin oxígeno, las bacterias no pueden sobrevivir. Por ello, es recomendable aflojar y airear el suelo para favorecer el desarrollo de la microbiota beneficiosa.
Ácidos húmicos y humus de lombriz
Si existen dos herramientas fundamentales para la mejora del suelo, sin duda son los ácidos húmicos y el humus de lombriz.
El ácido húmico, también conocido como humato de potasio, es un compuesto complejo derivado de restos vegetales y animales que han pasado por procesos de humificación. Junto con los ácidos fúlvicos, constituye la base de la formación del humus en el suelo.
El tratamiento con ácidos húmicos es una de las mejores estrategias para revitalizar suelos degradados. Biomit Genesis es una suspensión acuosa con alta concentración de ácidos húmicos, lo que facilita su aplicación e incorporación en el suelo. Tanto los organismos del suelo como las plantas reaccionan favorablemente a su presencia, lo que estimula una explosión de bacterias beneficiosas tras su aplicación. Esto, por sí solo, mejora la microbiota del suelo y proporciona un entorno óptimo para las semillas sembradas o los plantones trasplantados.
El uso de humus de lombriz se recomienda para contrarrestar los efectos negativos de la agricultura convencional. En condiciones óptimas, cada hectárea de suelo debería albergar millones de lombrices, pero la aplicación de productos químicos y, especialmente, los metales pesados presentes en muchos fitosanitarios han reducido drásticamente su población.
Con Biomit Terra, un preparado de humus de lombriz, se puede compensar eficazmente esta deficiencia. Gracias a su formulación líquida, su aplicación es rápida y sencilla. Se recomienda distribuir 100-200 litros de Biomit Terra por hectárea, mezclado con al menos 300 litros de agua. El humus de lombriz en estado líquido penetra en los capilares del suelo y crea un entorno óptimo para las bacterias del suelo y los hongos beneficiosos. Su uso favorece un mejor desarrollo radicular y una mayor resistencia de las plantas a factores de estrés.
Inoculación del suelo
El método más rápido y sencillo para mejorar el suelo es la aplicación directa de bacterias vivas, a través de biofertilizantes bacterianos. Estos productos suelen contener cepas bacterianas activas en suspensión acuosa. Cuando se aplican mediante pulverización sobre el suelo o los residuos de cultivo, las bacterias comienzan a multiplicarse rápidamente. Sin embargo, la inoculación del suelo no es una solución milagrosa: para que los microorganismos prosperen, deben encontrarse en condiciones adecuadas, como temperatura óptima, pH equilibrado, suficiente humedad y oxígeno disponible. Si el suelo está gravemente degradado, no se recomienda aplicar bacterias de inmediato. En estos casos, primero es necesario mejorar la calidad del suelo antes de la inoculación bacteriana para garantizar su efectividad.

Esto puede lograrse mediante la aplicación de compost, ácidos húmicos, abonos verdes o la siembra de mezclas de cobertura vegetal que aflojen el suelo y lo enriquezcan con materia orgánica. En un suelo bien preparado, las bacterias introducidas comienzan rápidamente a multiplicarse y alimentarse. Una característica especial de los microorganismos aplicados es su capacidad de autodefensa microbiológica. Durante este proceso, los microorganismos protegen su propia población, su hábitat y sus fuentes de alimento de los organismos dañinos presentes en el suelo. Uno de los métodos más efectivos de defensa es la producción de metabolitos secundarios, compuestos que impiden la proliferación de otras bacterias no deseadas en el ecosistema del suelo.